Giordano Bruno, con su maravillosa y mágica intuición, lo vio claramente: la humanidad no conocía el mundo. Apenas veía los amaneceres, el día, los crepúsculos y la noche estrellada. Un paisaje limitado por la miopía humana. El propio Copérnico no había visto la verdad. El telescopio no era apenas un simple lente para ver mas grandes las cosas sino una llave para abrir puertas maravillosas por las que podía entrarse a mundos insondables.... una gota de agua era un océano de profundidades infinitas... el hombre era un ser minúsculo en la inmensidad eterna del universo creado por Dios... Pero la Santa Inquisición tenía entonces las llaves terrenales del reino y su palabra era definitiva. Bruno fue, sencillamente, borrado y condenado por hereje... Mientras tanto, el río de la lengua seguía surcando paisajes y lejuras. Las palabras fecundaban el vientre de la tierra. Como pequeños cervatillos, la lengua bajaba de las montañas saltando peñascos, riscos, picos coronados por páramos de neblinas soñadoras. Bajaba, como un río y atravesaba los bosques que interminables,
fosos inmensos poblados de misterios... pueblos amarrados a la voz del viento, a los mares siderales cuajados de estrellas que en conjunto eran mapas, rutas y dioses ya idos del Olimpo hacia los infinitos caminos de la noche... ¨Nuestras vidas son los ríos/ que van a dar a la mar/ que es morir¨, decia el poeta. Y el río de la lengua, a su vez, corría hacia el océano de la eternidad. La lengua, la cultura, los libros, sabiduría, seguían creciendo como ya yerba silvestre... (1/2)
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Emite tu opinion o comentario, con el cual perfeccionaremos este artículo.