sábado, noviembre 16, 2013

"Viejos recuerdos, marcan el alma" El poeta Burgos, lucha contra la soledad

 
"Escuche la soledad perfecta,
 de Dios cuando reposa
y piensa". Así  JJ. Burgos,
seduce a sus lectores. Expresa
Silva Sanchez. 
Llegando al cierre de la Segunda Estación del prólogo, del libro Cansancios de Orilla, cuyo contenido tiene enlazado en sus hojas, un significativo resumen de la obra poética de José Joaquín Burgos, siendo la responsabilidad en el prólogo de Julio Rafael Silva Sánchez, que en un estudio minucioso nos explica como el poeta Burgos, adquirió esa grandeza la cual para algunos solo esta reservada a los inmortales de Atenas. Silva Sánchez, nos dice "Algunas veces, el poeta -en su luminosa poesía de presencias- envía mensajes líricos y registros augurales desde todos los predios que va descubriendo. Son dictados de alegría radiante, símbolos luminosos de sus encuentros con el mundo, signados por cierto dolor del recuerdo y la nostalgia, los cuales adquieren en el poema una nueva dimensión tierna e insondables: A veces / por las calles del sueño / encuentro amigos difuntos / y conversan conmigo / para seguir viviendo // Recuerdan historias no siempre ciertas / confunden fechas / rostros / nombres / colores / imposibles perfumes // pero se regocijan / de saber que aún existen / en las palabras con que recordamos / su efímera presencia. Otras, veces, el tema de la soledad asalta al poeta y entonces nuestro aeda, en su madurez de hombre y de creador, agobiado por el peso del tiempo, regresa de sus ágiles cacerías con polvo del cansancio y escoltas sobre sus hombros y siente punzante  dolor del regreso: Andas conmigo, soledad, a cuestas, / como ancla silenciosa / y sin embargo / a veces de pronto me abandonas / me pueblo de recuerdos que regresan / llaman / destrozan las ausencias / hacen oler fragancias / que dormían envueltas en las pieles del olvido / y llegan solamente / para marcar el alma con viejas cicatrices. En las páginas de este tenaz orfebre de la lengua a menudo nos seducen textos que acarician la intensidad de lo simbólico, espacios pletóricos de alusiones, en los cuales la precisión formal esta al servicio del delirio, de la descripción, de la percepción, de la organización del lenguaje que pasa por la literalidad del signo. Nada mas nítido que su sintaxis, nada mas delineado y delimitado que el desarrollo  de sus versos. Tal concisión y elaboración del lenguaje constituye  una verdadera matemática expresiva, que rechaza lo difuso y la vaguedad. Solo el poeta despliega esa matemática, esa inaprehensible lógica formal, como una necesidad interna de la combinatoria verbal misma: Y sin embargo no aceptamos / que tampoco nosotros existimos // Nos nombramos / y nos creemos cuerpos / o palabras / y apenas somos la gota de silencio / que espera por nosotros. Así, en los poemas de José Joaquín Burgos, encontramos mas que una cosmovisión o un cosmosentimiento: el poeta no es una isla, sino un pontífice, un constructor de puentes, marmoraríus, un comunicador: bajo la pluralidad de las cosas que golpean sus sentidos alertas, intuye un orden interno, un regodearse en el goce voluptuoso del tacto y los sonidos, pero su ojo supera su percepción del mundo: Ayer / me bebí el unicornio // me bebí el licor de sus ojos / y comencé a llorar por su ceguera // acaricie su piel indestructible / tan frágil como el sueño // lo vi desvanecerse / en el aroma de su copa // sentí su silencio visceral / en la alta noche  / cuando los recuerdos / hieren la piel del sueño / El unicornio / se hizo luz / finalmente / penumbra soledad / hilo de papagayo / brisa pura /entonces / escuche / la soledad perfecta / de Dios cuando reposa / y piensa..". Y es tan agudo el sentido visual del poeta que, a veces, pueden parecer un miniaturista capaz de esmaltar las alas de las mariposas o los pétalos de las cayenas o de colores el tejido casi inconsútil  de la araña. Tal vez por eso el escritor argentino Enrique Anderson Imbert, en Buenos Aires, en su conocida obra de José Joaquín Burgos (Venezuela 1993), inspirada en forma clásica, se afina a una sensibilidad actual, inclinado sobre su tierra, atento a los reclamos de la vida. Sus palabras apuntan mas allá de los objetos, hacia el silencio donde todo puede disiparse (Anderson Imbert, 1966: 401).

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